John Dewey fue
el filósofo norteamericano más importante de la primera mitad del siglo XX. Su
carrera abarcó la vida de tres generaciones y su voz pudo oírse en medio de las
controversias culturales de los Estados Unidos (y del extranjero) desde el
decenio de 1890 hasta su muerte en 1952, cuando tenía casi 92 años.
A lo largo de
su extensa carrera, Dewey desarrolló una filosofía que abogaba por la unidad
entre la teoría y la práctica, unidad que ejemplificaba en su propio quehacer
de intelectual y militante político. Su pensamiento se basaba en la convicción
moral de que “democracia es libertad”, por lo que dedicó toda su vida a
elaborar una argumentación filosófica para fundamentar esta convicción y a
militar para llevarla a la práctica (Dewey, 1892, pág. 8). El compromiso de
Dewey con la democracia y con la integración de teoría y práctica fue sobre
todo evidente en su carrera de reformador de la educación.
Cuando se hizo
cargo de su puesto en la universidad de Chicago en el otoño de 1894, Dewey
escribía a su esposa Alice: “A veces pienso que dejaré de enseñar directamente
filosofía, para enseñarla por medio de la pedagogía” (Dewey, 1894). Aunque en
realidad nunca dejó de enseñar directamente filosofía, las opiniones
filosóficas de Dewey probablemente llegaron a un mayor número de lectores por
medio de las obras destinadas a los educadores, como The school and society (1899) (La escuela y la sociedad), How we
think (1910) (Cómo pensamos), Democracy
and education (1916) (Democracia y educación) y Experience and education (1938) (Experiencia y educación), que
mediante las destinadas principalmente a sus compañeros filósofos y, como él
mismo dijo, Democracy and education
fue lo que más se parecía a un resumen de “toda su postura filosófica” (Dewey,
1916). No es una casualidad, observaba, si como él, muchos grandes filósofos se
interesan por los problemas de la educación, ya que existe “una estrecha y esencial
relación entre la necesidad de filosofar y la necesidad de educar”. Si
filosofía es sabiduría –la visión de una “manera mejor de vivir”–, la educación
orientada conscientemente constituye la praxis del filósofo. “Si la filosofía
ha de ser algo más que una especulación ociosa e inverificable, tiene que estar
animada por el convencimiento de que su teoría de la experiencia es una
hipótesis que sólo se realiza cuando la experiencia se configura realmente de
acuerdo con ella, lo que exige que la disposición humana sea tal que se desee y
haga lo posible por realizar ese tipo de experiencia”. Esta configuración de la
disposición humana puede conseguirse mediante diversos agentes, pero en las
sociedades modernas la escuela es el más importante y como tal constituye un
lugar indispensable para que una filosofía se plasme en “realidad viva”.
Los esfuerzos
de Dewey por dar vida a su propia filosofía en las escuelas estuvieron
acompañados de controversias y hasta hoy día siguen siendo un punto de
referencia en los debates acerca de los fallos del sistema escolar
norteamericano: el enemigo encarnizado de los conservadores fundamentalistas es
considerado como el precursor inspirador de los reformadores partidarios de una
enseñanza “centrada en el niño”. En estos debates, ambos bandos suelen leer
erróneamente a Dewey, sobreestimando su influencia y subestimando los ideales
democráticos que animaban su pedagogía.